Es tanta la desconexión álmica a la que hemos llegado que se nos enseña, con frecuencia, a ponernos en los zapatos del otro.
La empatía es un buen comienzo para salir del egoísmo y aislamiento, pero no es punto de destino en sí mismo.
Voy a explicarte por qué.
Cuando empatizamos con el otro, nos empapamos de sus emociones, sentimos lo que el otro está sintiendo. Esto es especialmente delicado cuando eres una persona altamente sensible que tiende a absorber las emociones de los demás; acabas cargándote con energías que no son tuyas y creando caos en tu interior.
Pero, desde la visión yóguica, esto sólo ocurre cuando no tienes el calibre para elevar la emoción en devoción. Si vas a ser un canal de sanación y recibir el malestar del otro, debes tener la capacidad, la práctica y la maestría de tu propia consciencia para transformar esa energía en movimiento y ser una gota medicinal en el océano de la vida.
La empatía es apenas un punto de inicio de conexión con otro, el vehículo es la compasión y el destino es Dios, el Infinito.
La virtud de la compasión es un estado del ser donde somos capaces de ver el dolor, el amor y la sanación en otro, todo simultáneamente, comprendiendo cómo convertirnos en la presencia que sana una situación.
La capacidad requerida para transformar alquímicamente tu emoción en compasión yace en el desarrollo de tu consciencia y la relación de ésta con tu propia mente. Esto se logra con la meditación, donde eres capaz de reconocer tu mente como una pieza del engranaje de tu sistema sensorial y no como tu identidad.
No meditas para controlar tus pensamientos, meditas para que tus pensamientos no te controlen a ti. No empatizas para sentir lo que siente el otro, empatizas para encontrarte con el otro donde está y elevarlo desde allí hacia el Infinito.
Si no tienes el hábito de tener una relación de independencia con tu propia mente y de tener un impacto en tu entorno, entonces sólo te quedarás en la empatía con el otro, empapándote con sus emociones, en lugar de responder y transformar lo que hay ahí en algo de valor. Todas las relaciones generan una reacción alquímica, pero eres tú quien dirige la proporción adecuada de los elementos para extraer el oro.
El lado oscuro de la empatía es cuando te empantanas en la emocionalidad del otro, perjudicándote a ti y al no logrando ayudar realmente.
Piénsalo así: Alguien está ahogándose en un pantano y pide ayuda. Tú empatizas, te metes al pantano y comienzas a ahogarte y sufrir junto al otro: “¡Oh, realmente es terrible estar aquí sintiendo esto, qué fuerte este sufrimiento!”. Y te quedas ahí, empatizando con su queja, su dolor y su sufrimiento sin hacer nada más. Ahora hay dos personas en el pantano sufriendo. Es una ridícula ironía sin sentido.
No estoy diciéndote que no debas empatizar. Estoy diciéndote que no es el objetivo ni el destino final. Cuando llegas al pantano, empatizas con el otro, “¡se esta ahogando! Es terrible y debo ayudar”. No te quedas allí. Lo que tú puedes lograr con una mente independiente es complementar al otro: responder complementariamente a través de una acción correcta. Saber qué decir y qué hacer, y cómo ser, para sacar al otro de allí e impulsarlo hacia Dios.
Esto sucede a menudo en las relaciones, sobre todo las de pareja. Quedamos atrapados en una maraña de emociones donde cada uno busca defenderse, probar su punto, tener la razón apara que el ego saga victorioso. O bien, queremos ir a rescatar al otro, desesperándonos en el intento.
¿Cómo lograr ese complemento alquímico? Veamos:
Una persona está decaída o deprimida. No trato de cambiarla, ni criticarla o juzgarla, sino que respondo complementariamente. Traigo lo que está faltando allí. Traigo consciencia, una nueva perspectiva. Le muestro dónde está con respecto a su consciencia, cómo llegó a meterse en ese pantano. Le recuerdo su esencia, su potencial. Le muestro dónde podría ir y cómo moverse de allí. Le doy la mano para que salga y camine junto a mí.
Decimos a menudo que las relaciones son espejos. Pero debemos discernir cómo utilizar esta frase sabiamente en lugar de distorsionarla: Toda relación es un espejo para mirarte y mostrarte qué necesitas hacer tú para traer lo que falta, no para quedarte pasmado en el reflejo del otro.
No puedes cambiar al otro, pero sí puedes cambiarte a ti. Aquí comienza la alquimia. Puedes introducir algo a la relación cambiándote a ti. Trae tu cambio con coraje de corazón, hazlo por ti y por el bien de la relación.
No te quedes empantanado en la empatía, úsala como plataforma de elevación para llegar a la compasión y llevar al otro de vuelta a su relación con el Infinito/Dios. Sé la alquimia divina en acción.